Un relato ficticio, preñado de verdades
Desvió la vista del cuaderno
y centró su atención en una hamaca paraguaya enredada en la cuerda de colgar
ropa. No lograba recordar cómo había llegado a su poder. Luego estudió la
distancia entre los mangos. Doscientas un veces se propuso colgarla y sin
embargo allí seguía sin haber cumplido ni por un segundo su supuesto destino.
Pensó en cuantas cosas y persones llegaban a este mundo con un objetivo y se
iban así nomás, sin ton ni son.
—Fue lindo mientras duró —dijo
prestando atención a la piscina bordeada por cactus, yucas, aloes y bromelias
en flor, con un manto de pedregullo blanco que creaba hermoso contraste con las
baldosas californianas y la colorida barbacoa bajo las paltas.
Tres primaveras duró la
farsa, tres años en los cuales llegó a pensar que era alguien importante y lo que
es aún peor, que estaba ayudando a las almas desesperadas que llegaban buscando
ayuda. Había accedido al puesto por sus condiciones, esfuerzo, y sobre todo
(eso por lo menos había creído) por su honestidad. Eran los ideales inculcados
por sus viejos los que ahora lo acercaban al borde del precipicio. Desempleado,
sin un peso y amenazado de muerte. Esta última, más allá de los problemas
económicos, se constituía en la verdadera razón de su huida. Cuando se meten
con tu familia se puede tomar dos caminos— meditaba Henry— enfrentar y
denunciar a los opresores (para esto necesitás muy buenos contactos, unos
cojones enormes y un espíritu suicida) o
meter violín en bolsa y desaparecer de la ciudad, del estado, del país y si es
posible enterrarte bajo tierra. Así de poderosos eran los que poco tiempo atrás
le daban de comer y le pagaban el country.
Miró a sus hijos zanganeando
por el jardín del chalet. Entre santa ritas, bananos, palmeras y cortaderas
disfrutaban de las horas finales en el Buena Vista Country Club. Serian ellos
los que más extrañarían este edén al aire libre. En veinte cuadras se escenificaron
los tres mejores años de sus vidas.
Revolvió con impotencia las
facturas que se amontonaban sobre la mesa y que jamás podría honrar. Llevaba
dos meses y medio sin trabajar. Para colmo, habían invertido todos los ahorros
en una casa en Buenos Aires (allí viven sus suegros), a la cual ahora no le
podían encontrar un solo comprador. El jueves a la mañana, después de amanecer
con tres vidrios del frente de la casa rotos además de pintadas que los
invitaban amigablemente a desaparecer, gastó los últimos dólares en cinco
pasajes para Argentina. En tres horas y media el aeropuerto los vería ingresar,
quizá por vez final.
Paco de Lucia acariciaba la
guitarra en su Iphone 5. Las tinieblas rondaban acosando a las luces rebeldes de la tarde. Un pajarito
se desgañitaba cantándole a su deseada. Más allá unas cuantas mariposas,
amarillas y negras, aleteaban sobre las gardenias recién florecidas. El olor
refrescante a menta, romero y albaca traído por el aire, ahora un poco más
fresco, lo estaba lastimando. Su mujer, desde la huerta, llenaba dos canastos con la idea de salvar los
productos de la tierra regalándoselos a los vecinos.
—Tenés que dar el ejemplo
comiendo sano y orgánico. ¿O no es esa la mejor prevención para el mal que
ustedes tratan de curar? —lo había aleccionado Esther cuando, recién llegados,
preparaba el terreno al fondo de la cancha de tenis con extremada devoción.
—Que nosotros tratamos de
curar —se rio con tristeza el hombre recordando la frase y agarró la tarjetita
que reposaba sobre la cuenta de luz.
Henry Matterson – Assistant Director of public Affairs – Kolnic
Hospital - Miami
Que orgulloso se había
sentido al ser parte de uno de los hospitales líderes a nivel mundial en el tratamiento del cáncer. Una
enfermedad tan dañina y difícil de controlar. Ya desde niño fue un poco a
contramano de los gustos de sus compañeros. Sus ídolos no eran ni Batman ni
Superman. Admiraba a los científicos, a los investigadores, podríamos decir: aún
más que a sus Dodgers de Brooklyn. Los giros de la vida lo llevaron a ser
escritor y periodista en el sur este del país. Fue en ese carácter que ingresó
al centro médico. Al poco tiempo ascendió al puesto de Director adjunto de
Relaciones públicas. A esa altura, recién cumplidos los 34, tenía un salario
excelente, se hallaba casado con una ex compañera de secundario a quien adoraba
y por si fuera poco tenía dos hijos encantadores. Por aquel entonces le hubiese
sido difícil encontrar que le faltaba a su vida para ser perfecta.
—No pierdas tiempo con ese
facturerío, no se puede hacer nada, ayúdame a cerrar las valijas mejor —le
pidió Esther mientras se enjuagaba las manos antes de ingresar a la casa.
Ralph apenas la escuchó,
navegaba entre sus recuerdos buscando atemperar el sentimiento de indefección
que lo hundía bajo una hojarasca de frutales.
Gran parte de su labor
radicaba en escribir gacetillas para los medios informando acerca de las
novedades sobre el tratamiento de la enfermedad y en organizar el folletín
semanal interno del hospital.
No fue hasta una pegajosa
mañana de agosto de este año cuando la realidad le chicoteó el rostro,
mostrándole un mundo que no conocía, o mejor dicho, que se había negado a
conocer.
Todo comenzó como un día
normal, sin mucha actividad en las primeras horas de la mañana. Como a las diez
le avisaron que una de las entrevistas tras la cual andaba atrás desde haces
meses, se concretaría al mediodía. El doctor Erik Solberg era un prestigioso
científico que realizaba desde hace años experimentos en ratones con drogas
naturales buscando reducir y hacer desaparecer cierto tipo de tumores
cancerosos. Sus resultados venían siendo extraordinarios, aunque muy poco
difundidos hasta ese entonces. Su próximo paso sería conseguir la autorización
y luego los sponsors necesarios para llevar a cabo el prometedor tratamiento
con seres humanos.
La charla fue muy
fructífera, Henry siempre se emocionaba cuando tenía la posibilidad de entablar
contacto con una de esas mentes brillantes que podían aportar tanto al
desarrollo de la medicina. Solberg, a través de estadísticas, filmaciones,
fotos y cientos de otros documentos, le brindó pruebas concluyentes de la
efectividad del tratamiento. Consideró excitado la primicia médica que tenía en
sus manos y se puso al toque a organizar el material y diagramar la conferencia
de prensa en la que daría a conocer al país y al mundo el trabajo del noruego.
A las cuatro se presentó frente a su jefe inmediato, el director de relaciones
públicas, exhibiéndole las líneas de acción y así también, como lo hacía
siempre, difundió la buena nueva entre todos los directivos del hospital que
encontró a su paso. La alegría no le duró mucho, antes de que terminara la jornada
ya lo habían llamado tres veces a conversar en distintas oficinas. Lo
conminaron a no redactar historia alguna y enterrarla para siempre. ¿Por qué?
pregunto Henry azorado. No le dieron ninguna razón justa. Que la poca
cientificidad en los procedimientos, que lo peligroso de la droga, que lo
ignoto del científico, etc. etc. Pero él vio los resultados y por tres horas
había examinado las concluyentes pruebas. Sus superiores apenas le tiraron un
vistazo a los documentos y ya desechaban de plano el procedimiento. Erik
Solberg era un científico con mayúscula, conocía bien su historial y lo más
importante su estatura ética irreprochable.
Esa noche, tres meses atrás,
ni siquiera pudo dormir, pero no comentó nada con su mujer ni con sus padres,
buscando no alarmarlos. Fue a trabajar al día siguiente cargado de frustración,
pero más que nada muy, muy intrigado. Aun le esperaban noticias peores. Lo
conminaron a que elaborara una mentira convincente y la expusiera en una
conferencia de prensa, frente a los principales medios de EEUU. Debía destacar
la poca conveniencia de utilizar los descubrimientos del galeno noruego,
recalcando sus peligrosos efectos secundarios, enfatizando que allí en el
centro médico ya se había experimentado con la droga, alcanzando conclusiones
negativas. Lo cual era una flagrante
falsedad.
Estaba refrescando, la noche
ayudaba a enturbiar pensamientos. Las luces a energía solar marcaban el sendero
del jardín ascendiendo hasta un gazebo sepultado entre potus y crotos. Un
centenar de ranas le cantaban desde el pequeño estanque bajo la fuente que
replicaba, modestamente, a la de las nereidas de Lola Mora. Se puso el sweater
de hilo y les tiró dos puñados de comida a los gatos. Otra cosa que deberían
regalar a los vecinos. Le daba pena, más que nada con tiger su favorito. Le
acarició la cabeza y un lagrimón salpicó la oreja derecha del felino. Levantó
la vista encontrando un alivio en la belleza de las orquídeas pegadas al tronco
de la palta, había rojas, blancas y moradas.
Como olvidarse del
sentimiento que lo sofocaba la tardecita en que volvía al Buena Vista Country
Club después de que le adosaran el título de gran fabulador. Papel que de
ninguna forma interpretaría, no lo valían ni diez sueldos como el que cobraba. Detuvo el audi metros antes de ingresar en la
interestatal, reclinó el asiento y lo tiró para atrás secándose luego las manos
en el pantalón. Un par de puntadas bajo las costillas lo obligaron a contener
la respiración. Su cabeza parecía un lavarropas a paleta, se mezclaban
violentamente el desagrado, la aprensión, la curiosidad y más que nada el miedo,
miedo por su futuro y el de su familia.
—Por tu bien y el de los
tuyos olvídate del temita este Henry —le dijo toscamente su jefe al despedirlo
minutos antes.
¿Era una amenaza? Henry ya
había dado muestras más de una vez de su integridad moral y eso lo conocían muy
bien en el Kolnic. Ahora comprendía la causa por la cual, seis meses antes, el
puesto de Director de relaciones públicasse lo habían otorgado a alguien de
afuera antes de darle la chance a él. Demasiado honesto, pelotudamente honesto
dirían unos cuantos. Se preguntaba qué sucedería de no cumplir lo ordenado por
sus superiores. Cerca de media hora se quedó inmovilizado, llorisqueando sin
saber que hacer y solo el bocinazo de un camión que pasó a milímetros lo
arrancó del letargo obligándolo a arrancar de nuevo.
Al llegar al country decidió
respaldarse en la gente que quería, sobre todo pedir la opinión de su padre y
de su esposa. Lo apoyaron sin condiciones, obligándolo a que se marchara y que
hiciera públicas las investigaciones de Erik Solberg. Se tomaría unos días
antes de renunciar, posponiendo como fuese el encargo de la indigna conferencia
de prensa. Mientras tanto investigaría las causas ocultas que justificaban el
poco ético comportamiento de quienes dirigían el centro médico. Su archivo
creció a medida que descubría más y más factores, tan fascinantes como
amedrentadores.
*En la mesa de directores
del afamado hospital había un par de inversores de las multinacionales
petroquímicas y otros negocios altamente contaminantes. O sea el Kolnic era
dirigido en parte por aquellos que lucraban con inversiones en productos
conocidos por ser en alto grado cancerígenos.
*Varios C.E.O. de empresas
farmacéuticas líderes, aquellas encargadas de fabricar las drogas contra el
cáncer, también estaban allí. Había pues una clara intención de promover sus
drogas sintéticas para la quimioterapia en detrimento de las drogas naturales y
de los tratamientos holísticos alternativos. De los nueve miembros del poderoso
comité de política institucional, seis eran empleados de la industria
farmacéutica y el hospital mismo invertía en acciones de estas compañías.
*Los directores de dos de las
corporaciones de tabaco más importantes, como Phillip Morris y Nabisco tenían
puestos de honor en la mesa directiva.
*Seis directores del board
eran además importantes ejecutivos en el New York Times, Cbs, Warner
comunications, Reader Digest, por solo nombrar a algunas.
Henry comprendió aturdido
que se enfrentaba a un pulpo imposible de desenmascarar, y que él no debía ser
ni el primero ni el último en intentarlo. Y si no había caído en cuenta de “la
gran mentira” con anterioridad, significaba que sus predecesores no tuvieron ni
una pizca de éxito en la tarea de desenmascaramiento. Cómo podían ocultar las
cosas con tanta eficiencia. Le dio nauseas de solo pensar la forma en que se
pasaban por las bolas la salud de la gente. Era lógico ahora imaginarse la
razón por la qué una droga natural, tan efectiva como la usada por el doctor
noruego, iba a ser sepultada cien metros bajo tierra. Si no había forma de
patentarla, de inventarla sintéticamente, entonces para la “ciencia médica” no
existía.
Luego de presiones insoportables
y gracias al impulso de los suyos, una semana después convocó a una conferencia
de prensa y largó la bomba que quedo picando por unos días, amenazando con
explotar ante cada nueva revelación. Más con el correr del almanaque y el
accionar de un sistema tan perversamente entretejido, una vez más todo quedó en
la nada y los únicos mentirosos terminaron siendo el director adjunto Erik
Solberg y el Dr. Henry Matterson.
Aquel día, al terminar la
conferencia de prensa, su padre le estampó un beso en la frente dándole la
mejor gratificación posible.
—Estoy orgulloso de ti mi
hijo, obraste como todo un hombre de bien.
Se dirigió cansinamente
hacia la casa y por anteúltima vez repasó el vergel en el que había vivido
aislado del cruel mundo como en una burbuja. Su familia lo esperaba en el
porche con las maletas listas. Respiró intensamente el aire plagado de
fragancias y se sintió por primera vez en meses limpio, con la mente despejada.
Un soplo de optimismo lo movió a besar a los suyos con los ojos chirles.
Esther lo miró con ternura y
peinando su jopo con suavidad le regaló una frase que lo acompañaría en los
años por venir.
—No te afanes más, pensá mi
amor que el Buena Vista Country Club, con toda su frescura y belleza, ya está
afincado en tu interior para siempre, y obrando así, con total integridad,
siempre habrá Buena Vistas en nuestro camino.
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