martes, 22 de febrero de 2011

VIENTO EN POPA


W.G.G

—La mejor droga es aquella que mantiene al paciente enfermo por años y años, para que de esta forma podamos extraerle hasta el último centavo —dijo el calvo ejecutivo de Pfizer descaradamente—. En su gran mayoría las drogas poderosas tienen consecuencias peores que la enfermedad a la que buscan combatir.

—Nada que ya no sepa —pensó Orlando aburrido, mientras se fingía interesado, afirmando con la cabeza cada acotación del gordo arrogante.

—¿Sabía usted mister…

—Carranza.

—…que una buena dosis de vitamina d y omega tres es mucho más efectiva para combatir la depresión que todas esas porquerías que andan por el mercado?

—Por lo menos el alcohol lo desinhibe totalmente al bastardo —meditó el medico a la vez que se llevaba un crab cake a la boca. Solo había dos razones que lo mantenían aun sentado en la barra de aquel salón de Coral Gables, el frio de afuera y los bocadillos de adentro. Se realizaba la presentación de una nueva droga contra la osteoporosis y él era el representante del hospital mas grande del condado.

—Si a la gente se la educase respecto a la dieta que debiera llevar. Si el hombre común se concientizara de la importancia de comer sano y equilibrado, la salud ya no sería el negocio que es hoy en día, y todos nosotros nos quedaríamos sin trabajo. ¿O no es así de simple señor? —dijo en tono de reproche Orlando.

—Y también desaparecerían los Mc Donald y las granjas que fabrican pollos, cerdos y bovinos en serie entre otras suculentas minas de oro —intervino un flaco que los estaba escuchando atentamente con un vaso de Jack Daniels con hielo en la mano, y que resultó ser un ejecutivo de la empresa de comida chatarra en el sur de la Florida.

—¿Qué hace este tipo aquí? —se preguntó entre dientes el médico argentino.

Le horrorizaba pensar que pudiese haber algún tipo de organización aceitada que uniera a los sectores que lucraban con la  mal nutrición del ser humano. Una especie de lobby mundial entre las cadenas de comida rápida, las farm factories, las compañías de salud, la corporación política, etc, etc.

Estos cocteles humanitarios, como algunos los denominaban, lo bajoneaban terriblemente. Él era parte de esa red amoral de corruptos que se pasaba por la raya la dignidad de las personas. No lo consolaba el hecho de ser un simple medicucho de hospital. Ni siquiera que pusiese toda su voluntad para sanar a sus pacientes. A la larga terminaba siempre prescribiendo las mismas drogas y acatando el mismo procedimiento de mierda. Existían métodos naturales alternativos muy buenos, pero casi no se permitía su uso. No podía negar que algunas drogas eran efectivas como tratamiento de choque, para salvar vidas in extremis, pero no para sostener eternamente despojos humanos. En síntesis, si no respetaba las reglas económicas del sistema, lo borraban de un plumazo y él no era ningún quijote verde para jugarse por semejante causa.

—¿No es aquel el senador Mc Portell, ese que sale a cada rato en la tele, el que está a cargo de la comisión que estudia la nueva dieta para las escuelas públicas? —inquirió el bartender, a quien parecía entretenerle muchísimo la conversación que se desarrollaba en su barra.

—Ahá. El mismito al que apoyamos en la campaña con dos millones de dólares —acotó muy suelto de lengua el farsante de la multinacional farmacéutica.

—Nosotros le largamos solo un milloncito. Se ve que está haciendo bien su trabajo, ¿no? —dijo sonriendo el cínico de Mc Donald.

El doctor suspiró compungido, ya era demasiado, percibió como comenzaba a revolvérsele el estómago. Saludó parcamente a sus camaradas “lobistas” y salió desesperado, buscando el aire limpio de la calle.

Se abandonó en un banco de la Ponce de León con los ojos salados en llanto y una vergüenza irreprimible. No se puso el saco, ni modo que sintiese el frio, algo bullia en su interior. Un par de metros a su derecha, la portada del Nuevo Herald le propinó el cross de nocaut. Estados Unidos es el país con más obesos en el mundo, hería el titular. Por primera vez los hijos de esta nación norteamericana tendrán un promedio de vida menor al de sus padres, acotaba el pie de foto.

—Sin duda el negocio marcha viento en popa —dijo Orlando Carranza con voz quebrada y percibió como una burbuja acida quemaba su garganta.

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